viernes, 2 de mayo de 2008

El principio del fin.

Corría el año 2023, mayo para ser exactos, caminaba por la cuarta avenida de Nueva York, o lo que quedaba de ella, a la altura con la 71. Iba por la calzada, arrastrando los pies por el deteriorado asfalto mientras el bajo de mis viejos pantalones acariciaba suavemente el bordillo.

Manhattan había cambiado mucho en los dos últimos años. Desde que estalló aquella maldita guerra todo parecía mucho más gris. Más oscuro. Por aquellas calles, en las que una mera sonrisa era tomada como un signo de debilidad, andaba yo con mi aparente pose de tipo duro. No saben lo complicado que es hacerse pasar por un tipo duro cuando pesas poco más de 55 kilos. Para ello, vestía siempre con ropas bien anchas para intentar esconder mis raquíticas extremidades. Sin embargo, el efecto conseguido era casi el contrario al deseado, al verse tal cantidad de ropa para tan poca carne.

-¡Peter! - Exclamó un hombre mayor desde la puerta de un antiguo comercio.

Se trataba de Jim Kodrick, un judío que llevaba desde que tengo memoria a cargo de una pequeña tienda de alimentación, cerca de Central Park. Le saludé y me acerqué a donde estaba. El aspecto del local era desolador, el escaparate estaba vacío y no parecía que hubiese entrado nadie en toda el día.

-¿Vienes a comprar, Peter? - Preguntó una voz juvenil desde dentro de la tienda. Era Tim, el hijo de Jim, con quien había hecho amistad en la infancia. Habíamos sido buenos amigos, pero siempre, cuando mejor me lo estaba pasando, tenía que irse a cuidar la tienda. Era algo que me sacaba de quicio.

-Hola Tim. No, no he traído dinero... - No tenía ninguna intención de comprar ahí, la comida dejaba mucho que desear. No eran mala gente y estaban pasando por un mal momento. Para ser sinceros, llevaban dos años de malos momentos. Pero yo tampoco estaba mucho mejor.

-Pues te lo dejo a fiar - Dijo rápidamente Jim al ver la posibilidad de hacer la primera venta del día, mientras echaba su cuerpo hacia delante y las arrugas de la cara le desaparecían de puro nerviosismo.

-No, no... - De inmediato, Jim volvió a su relajada pose y las arrugas volvieron a florecer en su rostro. De ninguna manera iba a comprar ahí. Ya lo había hecho alguna vez, por pena más que nada, pero al final había tenido que tirar la comida. Hablé un poco con ellos, puse alguna excusa que no recuerdo y me largué de allí.

-Adiós, Im

-Adiós - Refunfuñaron los dos, tras un pequeño suspiro. A pesar de que ya había perdido la gracia, siempre me despedía de ellos de la misma manera. Me resultaba curioso que padre e hijo tuvieran nombres tan parecidos.

Ya lo sé, mi nombre tampoco es que sea gran cosa, demasiado ordinario quizás, pero tampoco está mal. Ya me entienden, no hay ningún presidente de los Estados Unidos que se llame Peter, pero tampoco conozco muchos vagabundos que se llamen así. La verdad es que tuve suerte, porque mi padre estaba en el trabajo cuando nací. Él quería llamarme Holden si era niño y Naoko si era niña, que al parecer eran los protagonistas de unos libros que le gustaban mucho. Puede que fueran unos personajes maravillosos, sinceramente no lo sé, pero tenían unos nombres horribles. Peor suerte tuvieron mis primos gemelos, Simón y Pablo, que creo que algo tenían que ver con un grupo de música de hace mil años.

Yo, como les he dicho, me libré de tal atrocidad por haber nacido cuando no debía. Mis padres, que no andaban muy bien de dinero por aquel entonces, intentaron tener el primer niño del año 2000. Sus ilusiones se desvanecieron inesperadamente una fría tarde de Noviembre, casi dos meses antes de lo previsto. Mi madre estaba tan disgustada por haber tenido un bebé sietemesino mientras mi padre trabajaba que optó por llamarme igual que un enfermero de buen ver que la ayudó en el parto. Mi padre nunca se lo perdonó y mi madre a él tampoco. Como ven, traje la felicidad al hogar.

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