lunes, 24 de enero de 2011

La historia del señor Pérez (Parte I)

El señor Pérez se despertó ese día a las 7.30 en punto al sonido del despertador, tal y como todos los días. Como hacía siempre nada más despertarse, le mandó el habitual mensaje de "buenos días" a su novia, la señorita Martínez, contándole que había soñado con los futuros hijos que tendrían: una parejita con el pelo rubio de ella y la miopía de él. Volverían a hablar a las 9.00 de la noche, cuando ella le llamaría (el día anterior le llamó él) y estarían hablando hasta las 9.45, hora de preparar la cena. Se conocían desde el instituto, aunque no empezaron a salir en serio hasta empezar la universidad, y desde entonces nada les había separado más que un par de peleas sin importancia. Parecían estar hechos el uno para el otro. El paso de los años había hecho que se complementaran a la perfección, hasta el punto de que ambos fueran totalmente dependientes el uno del otro.

Poco a poco habían ido cayendo en una especie de rutina en la que los dos estaban a gusto, ya que podían relajarse al llegar a casa y evitar más complicaciones que las que les daba el trabajo. Solían ir al cine los viernes, un día elegía ella la película, al siguiente le tocaba a él. Veían la peli en silencio, besándose sin perder de vista la pantalla. Los sábados quedaban con otra pareja para cenar: mientras que ellos hablaban de deportes, ellas se ponían al día burlándose de viejas amistades que tenían en común.

El señor Pérez continuó con su rutina: se dio una ducha rápida, sacó el tazón de cereales y se dispuso a desayunar mientras veía la tele, a la vez que no perdía de vista el reloj de la cocina. Ese día tenía reunión y no podía llegar tarde. El señor Pérez trabajaba en una consultoría multinacional de nombre impronunciable. Llevaba en la empresa desde antes de terminar la carrera de Empresariales, pues había realizado allí las prácticas de la carrera. Consiguió quedarse e ir ascendiendo puestos en la empresa gracias a su constante labor y a su imposibilidad para negarse a hacer horas extra. Este último punto había sido un motivo recurrente de discusión en las escasas peleas que mantenía con la señorita Martínez.

Parecía un día más en la vida del señor Pérez, pero él estaba un poco más nervioso de lo normal. Su multinacional empresa había absorbido a una pequeña compañía de servicios, y esa mañana él tenía que reunirse con los escasos trabajadores que los del departamento de recursos humanos había considerado como válidos. "Al menos no tengo que reunirme con los que se han quedado en el paro" se decía para sus adentros para quitarse presión. Lo que el señor Pérez no sabía es que esa reunión golpearía tanto su vida que la derrumbaría como un castillo de naipes.

(Continuará)

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